Que nuestro país es una olla a presión, con poco margen para la duda, es una realidad que empieza a sentirse con mucha fuerza en la sociedad.

La política que está llevando a cabo el actual gobierno, desde hace ya un lustro, lleva años teniendo efectos dañinos para la sociedad. La nueva legislatura ha llegado para hacer estallar por los aires todo lo que se ha venido deteriorando durante todos estos años. La gestión ineficiente desde el punto de vista económico, va a empezar a florecer, ahora que se acabaron las ayudas europeas y van a aumentar las exigencias de austeridad. El ataque indiscriminado al sector privado, demonizando a las empresas y legislando para hacerles prácticamente imposible la supervivencia, es una realidad, que ya se vive en forma de cierres de negocios, despidos y falta de nuevas iniciativas.

El Gobierno no conoce, o no quiere conocer, la palabra productividad, cuando hay que abordar los asuntos como el salario mínimo, las horas trabajadas, las bajas de paternidad o maternidad etc. Sólo sabe de mensajes y leyes populistas, que cargan a las empresas de gastos, burocracia y conflictos laborales innecesarios, que están llevando la productividad, que a fin de cuentas es la que permite soportar costes y pagar impuestos, a niveles mínimos.

El dinero público ya no se gasta de forma productiva, sino que se utiliza para pagar favores, a colegas o chantajes a terroristas. A los trabajadores productivos y con sueldos altos, se les trata como a proscritos, que deben pagar hasta casi el 50% de los generan, para engrosar el despilfarro público. Con esta forma de gestionar los asuntos económicos, no es de extrañar, que sean más las personas que se desean jubilar o cerrar empresas, que las que desean seguir en activo. La inseguridad jurídica y la degradación moral de los dirigentes políticos, pone en riesgo los pilares centrales de la sociedad, al desestabilidad las instituciones y ahuyenta las inversiones en nuestro país.

Si a esto le añadimos el drama humano de los numerosos jóvenes que se suicidan, justo cuando más los necesita, un sociedad cada día más envejecida, la conclusión indiscutible, es que tenemos una sociedad decadente y fracasada, responsabilidad directa de aquellos a los que les pagamos con nuestros impuestos, para que gestionen los asuntos públicos, desde hace décadas, pero ahora agudizado, por la deriva ideológica destructiva que la actual clase política ha instalando en la sociedad y en las instituciones.

Cuando todo este proceso destructivo llegue a su fin, los que se salven, tanto a nivel personal como empresarial, van a tener una ardua tarea por delante para reconstruir todo lo dañado. De hecho va a ser muy similar a construir un país tras una guerra, porque realmente, nuestro país está en guerra civil, provocada por la ideología radical y trasnochada que nos gobierna.

No tenemos sangre y muertos en las calles, pero la represión y persecución del que no opina lo que dictamina el Gobierno es manifiesta, no sólo por ellos, sino por la parte de la sociedad que está anestesiada con sus prebendas o por la ignorancia. La destrucción económica, al igual que en toda guerra, es una realidad que nos va a costar remontar y aunque de forma estética no parece una guerra, en realidad lo es, por el grado de crispación, enfrentamiento y daños económicos. Esta olla a presión ya está empezando a estallas con manifestaciones, que lejos de ir a menos, todo apunta a que va a ir a más, a medida que pasen los días y las semana, aumente la desesperación de las personas, ante la ausencia de soluciones y aumento de sus problemas.

Los inversores que pueden invertir en todo el mundo, gracias a los mercados de capitales y el acceso a las mejores gestoras del mundo, están de enhorabuena, porque podrán proteger sus patrimonios, de la inflación y de lo que sucede en España, en un ciclo de bajadas de tipos de interés, en los que ya estamos viendo que los activos para obtener rentabilidades atractivas. 

Lo que nos demuestra todo esto, es que por difíciles que sean las cosas, siempre hay oportunidades, para los que saben resistir, protegerse y verlas a su alrededor.