El síntoma claro de que una economía, cuando crece, tiene efectos positivos para los ciudadanos, lo refleja claramente su tasa de empleo. Se trata, sin duda, de la gran aspiración de los gobernantes y votantes, en los países desarrollados.
Los devastadores efectos de la crisis que estamos viviendo se dejan notar en nuestro país, con una tasa de paro cercana al 26% y de casi seis millones de personas, frente al 12% de la Zona Euro o el 7,3% de EEUU. Según Eurostat lideramos en la Zona Euro el mayor porcentaje de hombres en paro, mientras que Grecia lo hace en paro juvenil y femenino. Los escalofriantes datos de los que hablamos, no están pasando inadvertidos por ninguna autoridad política o económica internacional, en las distintas intervenciones que realizan, hablando de la situación económica de España.
En los últimos meses recibimos múltiples elogios por lo conseguido hasta el momento, poniéndonos una vez más, como ejemplo de un país que sabe renacer de sus cenizas, al evitar la intervención, salir de la recesión y recuperar la confianza de los inversores internacionales. Al mismo tiempo, recibimos llamadas de atención, sobre la necesidad de reducir nuestros niveles de desempleo,algo que no será fácil de conseguir, y para lo que algunos consideran que tendrán que pasar décadas.

El Ministro de Economía, Luis de Guindos, espera que nuestra economía crezca este año en torno al 1%  y se creen unos 200.000 puestos de trabajo. De cumplirse estas previsiones, lejos de solucionarse el problema, al menos confirmaríamos el cambio de tendencia, que parece haberse iniciados a finales del año pasado. La gran pregunta es ¿cómo va a conseguir España volver a tasas de desempleo razonables?. Las respuestas y recomendaciones son múltiples, pero ninguna definitiva, porque nos enfrentamos a un escenario nunca antes visto, y por tanto, no hay un modelo claro a seguir.

Nuestro país tiene lastres del pasado muy complejos de manejar como son: la falta de espíritu emprendedor, la rigidez de la legislación laboral, los prejuicios heredados de luchas sindicales del siglo pasado, el abandono de valores como el esfuerzo, la honestidad o la búsqueda del prestigio profesional, y la, por fin demonizada, “cultura del pelotazo”, que todavía está intentando sobrevivir en algunos estamentos. Todos ellos son auténticas rémoras, que hacen titánico, el reto de la creación de empleo sostenido.

Si a ello añadimos que nuestra economía crecerá a tasas muy bajas durante muchos años, dado que tenemos que reinventar el modelo de nuestra economía doméstica, nos encontramos con las razones, por las que certeramente muchos consideran, que deben pasar décadas hasta que tengamos una tasa de paro razonablemente bajo. Bien es cierto que se están haciendo muchos esfuerzos tanto con la legislación, como desde algunas empresas y por supuesto, de muchos trabajadores, para revertir la situación, pero la inercia y el anquilosamiento de determinados lastres, harán que vayamos más lentos de lo que sería deseable.

Los modelos de gestión ganadores pasarán por retribuir la productividad y por tanto el espíritu emprendedor, más que el número de horas trabajadas. Los trabajadores más formados y preparados, serán los más demandados y por tanto los menos vulnerables a la mala gestión de las empresas. La responsabilidad personal irá en aumento ante la disminución de las ayudas sociales, dado que el “papá Estado” cada vez tendrá menor margen de maniobra para los gastos sociales ineficientes. Por tanto todo el tema de las pensiones y las prestaciones por desempleo, sufrirán un cambio drástico en las próximas décadas.

Con ese escenario, cada uno de nosotros debe prepararse para el futuro, que ahora más que nunca, será un auténtico reto, pero para el que de nuevo estamos sobradamente preparados. Sólo hay que creérselo y luchar hasta alcanzarlo con éxito. Desgraciadamente muchos se quedarán en el camino, siempre sucede en situaciones tan complejas, pero entre todos, debemos intentar que sean los menos posibles.