La sugerencia del FMI y de Bruselas respecto a que los salarios deberían bajar en España un 10%, ha desatado todo tipo de afirmaciones y por supuesto la polémica, en una sociedad como la nuestra, acostumbrada a ganar más, como si de un derecho constitucional se tratara.
Cuando comenzó la crisis, más bien, cuando fuimos conscientes de que la crisis era más sería que las vividas con anterioridad, todos los expertos comentaron que en nuestro país se produciría la llamada devaluación interna, ante la imposibilidad de devaluar la moneda, que no es otra cosa que reducir los salarios, con carácter general.Si nuestra moneda hubiese sido la peseta, en lugar del euro, para que nuestra economía mejorase su competitividad, se hubiese devaluado la moneda. Por fortuna para todos nosotros, esta crisis la hemos sufrido con el euro, y así hemos evitado una situación dramática para nuestro futuro. ¿Se imaginan ustedes una moneda débil, en un país quebrado y gobernado por los mismos políticos que le han llevado a la ruina? La peor de nuestras pesadillas, sería mucho mejor, que el futuro al que la gran mayoría de los españoles hubiesen tenido que enfrentarse.

Como el escenario apocalíptico no se ha producido, entre los costes que tenemos que pagar, se encuentra el trabajar más ganando menos, para mejorar nuestra productividad y con ello la competitividad que nos permita vender en el exterior, e ir ajustándonos a la nueva situación económica. Al margen del sarpullido que esta realidad supone para sindicatos, Gobierno y afectados, lo cierto es  que  se abren nuevas oportunidades a una reforma absolutamente necesaria: los salarios en función de la productividad.

La gran mayoría de los sectores tendrán que ir adaptándose gradualmente a que la retribución de los trabajadores esté directamente ligada a su productividad. Antes de esta crisis ya se habían llevado a cabo algunos tímidos avances, en los sectores más relacionados con aspectos comerciales. A partir de ahora los departamentos de recursos humanos y las consultoras especializadas en ello, tendrán que emplearse a fondo para proponer alternativas en esa dirección. Dichas alternativas permitirán sentirse cómodos a los trabajadores, porque si están bien enfocadas, deberán premiar la meritocracia y por tanto la productividad, frente a otro tipo de prácticas menos honorables.

Todo esto añadido al nuevo entorno laboral en el que los trabajos para toda la vida serán una reliquia del pasado, y donde los contratos temporales terminarán siendo más habituales que los indefinidos, lo que no significará que sean menos atractivos, porque deberán estar muy bien retribuidos. Los salarios tendrán más parte variable que fija y además, cada día tendremos un mayor número de autónomos que piensen más en generar riqueza, que en acumular años sentados en una silla, esperando una retribución adicional por esa razón.

Estamos ante un proceso irreversible de transformación de las relaciones laborales, que se irán imponiendo gradualmente y que están poniendo en peligro de extinción a los agentes sociales, tal cual los hemos entendido hasta ahora, porque no están preparados para llevar a cabo la revolución que los nuevos tiempos exigen, por el bien de todos los ciudadanos. Esperemos que el relevo generacional, al que inevitablemente deberán someterse si quieren sobrevivir, les ayude a esos cambios, porque su papel es ahora más necesario que nunca.

Al final de este proceso, ya no tendremos que hablar de trabajar más y ganar menos, sino que ganaremos la cantidad que nos corresponda en función de nuestra productividad, y viviremos en función de nuestras posibilidades.