Empecemos por los grandes interrogantes que recorren el planeta: ¿hacia dónde va el mundo? ¿hacia dónde va Europa? ¿Hacia dónde va España?. La respuesta, inequívoca para todas ellas, es que nadie lo sabe.

Ahora vayamos algo más al detalle, porque los vertiginosos cambios que se están produciendo, aunque no sepamos en qué dirección nos llevan, lo cierto es que nos van a impactar de lleno, a todos los ciudadanos del mundo. Los asuntos económicos, políticos y emocionales, se están mezclando con tal virulencia, en buena parte con la ayuda de las nuevas tecnologías, que parecen una auténtica bomba de relojería, preparada para explotar en cualquier momento, sin que nadie sepa, cuál será el detonador ni cuándo se producirá.

La desafección que sienten los ciudadanos, en los países desarrollados, hacia la clase política, cada día es mayor, ante la frustración y decepción por  su falta de liderazgo, sentido común o compromiso con las necesidades reales de los ciudadanos. La confrontación que muchos de ellos están provocando entre sus ciudadanos, en sus respectivos países, para llegar al poder a toda costa, causará daños irreparables en la pacífica convivencia, que es imprescindible para cualquier progreso económico y social. A todo esto debemos sumarle la frágil situación económica mundial, sin un país líder que tire del resto, como ha sucedido en otras ocasiones.

Al margen del resultado del referéndum en Reino Unido, el daño ya está causado. Una muerte inocente, mártir de su ideología y víctima del odio e intransigencia que se está instalando en muchos países, por la mediocridad de algunos políticos, que no están a la altura de sus cargos, ni de la responsabilidad que ellos conllevan.  La Unión Europea, que debería avanzar hacia una mayor integración y mejor gestión, ahora tendrá que luchar por mantenerse a flote.

La falta de solidaridad de los países europeos en general, con el problema de los refugiados, así como la de aquellos ciudadanos que apoyan ideologías serviles, que compran sus votos con mentiras y dinero fácil, a costa de los que trabajan y pagan sus impuestos, son sin duda un caldo de cultivo peligroso, que amenaza el bienestar conseguido en las últimas décadas. La amenaza de los atentados terroristas del islamismo radical, en cualquier lugar del mundo, también está cambiando la mentalidad de muchas personas, radicalizando posturas y aumentando la violencia de forma exponencial.

Ante este panorama, lleno de retos, incertidumbres y extrema complejidad, a cada uno de nosotros nos queda decidir qué dirección vamos a tomar, porque eso es lo realmente importante para nuestras vidas y para la sociedad. Debemos elegir entre la transigencia o la intransigencia, entre el respeto a los demás o el odio hacia nuestros semejantes, entre el dinero fácil, corrupto o inmoral, en la mayoría de los casos, o el que es fruto del esfuerzo y el trabajo, entre el conocimiento, el estudio y la reflexión, o la ignorancia, la manipulación y el revanchismo…

En la gran mayoría de las ocasiones, olvidamos que el mundo lo hacemos cada uno de nosotros, con nuestros actos e ideologías, y que nada podemos hacer para que los demás tengan un comportamiento que beneficie al conjunto. Por ello debemos cambiar lo que en nosotros sea posible y mantener la esperanza de que la gran mayoría haga lo mismo, para salir fortalecidos de las situaciones complicadas, como la que estamos viviendo.