La campaña electoral, previa a la cita electoral del próximo día 24 de mayo, es sin duda lo que más espacio informativo ocupa y lo que cambia el ritmo de la gestión política y económica de nuestro país.

Comencemos con una pregunta: ¿realmente a los ciudadanos les interesa todo lo que rodea a una campaña electoral?. A quienes las hacen y les dan cobertura, entiendo que creen que sí, respecto a la gran mayoría de los votantes, tengo serias dudas. Todos los partidos que aspiran a ganar cuotas de poder, intentan explicar las bondades de votarles, como si sus promesas electorales fuesen el maná que cada uno espera. Los últimos años de democracia han dejado muy claro que las promesas y programas electorales son sólo eso. No realidades que se cumplan ,y mucho menos, que sean buenas para la mayoría de los ciudadanos.

Pocos olvidarán aquellas afirmaciones de que no estábamos en crisis, cuando la desolación económica llamaba a nuestras puertas, o las de quienes decían que no subirían los impuestos, para hacerlo al día siguiente de llegar al poder. Posiblemente lo que sí se ajuste a la realidad, es que si ganan partidos con ideologías como las que defienden las izquierdas radicales, nos aproximaremos más a que España sea como Grecia, que como Alemania. Con el resto, todo está por ver.

No sería justo quitarle al partido del Gobierno, el mérito de habernos sacado del abismo de la intervención y colocar la economía en la senda del crecimiento. Lo que resulta frustrante es comprobar que buena parte de los ingresos de esa recuperación, se emplean más contrataciones públicas y más gasto, cuando precisamente, ese es uno de nuestros mayores males. Demasiado gasto improductivo. Pero ya sabemos que comprar votos siempre ha sido una estrategia muy eficaz, porque en realidad, la gran mayoría de ciudadanos y de políticos, piensan más en lo inmediato y en sus intereses particulares, que en el bienestar común y en las generaciones que vienes detrás.

Por todo ello es por lo que las elecciones y las frustraciones son caras de una misma moneda. Unos se sentirán frustrados por no conseguir los resultados que esperaban, otros por tener que reconocer que buena parte de las medidas que prometieron poner en práctica, la realidad no se lo permitirá hacer, y la gran mayoría de los ciudadanos, al comprobar que aprendemos despacio de los errores del pasado, porque queremos llegar a un destino mejor, por el mismo camino que nos trajo a la crisis, algo equivocado a todas luces, lo que impedirá que nuestro futuro sea excepcionalmente bueno.

Aún con todo ello, ejercer el derecho al voto es algo a lo que no debemos renunciar, con la esperanza de que en algún momento, se conseguirán cambios realmente importantes en el deficiente sistema democrático con el que se organiza nuestra sociedad, que aunque imperfecto, es el mejor de los conocidos. Debemos intentar cambiarlo desde dentro, con mucha valentía, empeño y arrojo.