A menos de un mes de la elecciones europeas, el Gobierno de Mariano Rajoy, tendrá una agenda condicionada por las mismas, en muchos asuntos sensibles, como la reforma fiscal, de los cuales no conoceremos realmente sus detalles, hasta finales del mes de mayo como mínimo.

Ante esa realidad, las noticias sobre la buena marcha de nuestra economía, han sido constantes durante toda la semana. Entre ellas vamos a mencionar: el informe del Banco de España afirmando que nuestro PIB crece un 0,4% en el primer trimestre, la intención del ejecutivo de enviar a Bruselas un aumento de la previsión de crecimiento de la economía de nuestro país hasta el 1,2% en este año y del 1,8% en 2015, o la afirmación de Mariano Rajoy, de que el paro bajará en 600.000 personas entre este año y el próximo.

En el otro lado de la balanza respecto a la situación de la economía española, encontramos la opinión reflejada en el periódico americano “The Wall Street Journal”, afirmando que España necesita más reformas reales y no más crédito barato. Con ello se unen a las recomendaciones que desde Bruselas se hacen, por muy doloroso que sea para el Gobierno, teniendo en cuenta el desgaste que sufre desde que ganó las elecciones. El hecho de que nuestra economía haya aumentado su ritmo de crecimiento, gracias a un mayor gasto público, no es algo que guste demasiado, dado que el consumo interno sigue muy bajo, aunque haya mejorado algo, y las exportaciones, nuestro motor hasta ahora, se han reducido ligeramente.

Una economía tan endeudada como la nuestra, apenas tiene margen de maniobra con el gasto público, por mucho que el Gobierno quiera de tirar del mismo, como “medicina” de efecto inmediato a corto plazo, pero de indiscutibles riesgos a largo. Las recomendaciones de bajar impuestos, chocan frontalmente con el aumento del gasto público, pidiendo que sean las familias y las empresas las que hagan que la economía crezca de forma más sólida y consistente. Estamos ante la eterna pelea de la eficiencia de lo público y lo privado, pero con la diferencia de que esta crisis ha puesto de manifiesto la necesidad de fortalecer el sector privado, algo que todavía no ha calado totalmente en la política económica del Gobierno.

A los riesgos de los efectos que pueda tener para la economía europea el conflicto de Ucrania, o la posible deflación, en España tenemos que añadir el resultado de las elecciones europeas. Si la realidad demuestra que al Gobierno de Mariano Rajoy le está temblando la mano con las reformas más profundas, si el resultado de las elecciones es muy desfavorable, tal vez la situación empeore sustancialmente. El partido del Gobierno estará más pendiente de las elecciones generales y su peligro, que de seguir gestionando el país pensando en el largo plazo. Si eso es así, perderemos una oportunidad histórica, para seguir haciendo cambios estructurales, que garanticen que salimos fortalecidos de la dolorosa crisis.

Está por ver que hará Bruselas al respecto y cómo nos tratarán los mercados financieros, si todo ello sucede. Por tanto, una vez más, coincidimos con los que opinan que hay demasiados nubarrones en el horizonte, como para pensar que todo lo malo ha terminado.