Entre las consecuencias más llamativas que se están produciendo, tras la crisis financiera de 2008, es el desprecio más radical, llegando a tintes inquisitoriales, para aquellos que tienen la suerte, o desgracia, de tener un patrimonio personal.

A la envidia, erróneamente denominada deporte nacional, cuando deberíamos llamarla pecado capital, se ha sumado la corrupción, la evasión fiscal, los desahucios, el empobrecimiento de buena parte de la clase media, la frustración de un sistema financiero y político fallido y para rematar, el deseo de venganza.

Con ese panorama, no es de extrañar que buena parte del electorado, acepte como brillante, la demagogia de quienes abogan por acabar con los ricos, sin concretar exactamente quienes son, como si fuese una comunidad de indeseables, unidos por la explotación del débil para conseguir convertirse en el “tío Gilito”. Vaya por delante, la aceptación de que ese tipo de personajes existen en todos los países, en todos los estamentos sociales y en todas las profesiones. Lo que les define no es cuanto dinero consiguen, sino los medios que emplean, que no son otros que aprovecharse del débil, sin ningún miramiento. Los que malversan dinero, sea público o privado, los que chantajean, los que hacen negocios ilícitos o ilegales, los que con discursos, argumentos o promesas engañosas consiguen votos, audiencias o seguidores, los que mienten al consumidor, los que reciben un sueldo sin un trabajo efectivo y esforzado etc…, en conclusión, todos los que no ganan el dinero de forma honesta, esos deberían ser los ricos a perseguir social y judicialmente hasta exterminarlos.

La demagogia barata y simplista, sobre esos asuntos, sin duda es deshonesta y despreciable, porque daña a quienes trabajando de sol a sol, con esfuerzo, honestidad, y enorme sacrificio personal, consiguen un patrimonio para compartir con los demás, hacer su vida más confortable y la de aquellos que les rodean. Los héroes nacionales, entre otros, son aquellas personas, que en contra del sistema y de la inercia destructiva en la que nos han metido, siguen trabajando por crear riqueza y puestos de trabajo, con las banderas de la honestidad y la responsabilidad, ondeando sobre sus cabezas.

Todos deberíamos aspirar a dar lo mejor de nosotros mismos, buscando generar riqueza, con un sistema político, social y económico que lo facilitase, al tiempo que llenos de un enorme altruismo, nos fue sesencillo ayudar a las personas más desfavorecidas de la sociedad, que en ningúncaso son los vagos ni los egoístas irresponsables.

El desprecio hacia la riqueza de forma indiscriminada, paradójicamente, provocará que la que realmente necesitamos, se extinga o no nazca, y que la mala, acampe a sus anchas. Unos cuantos sin escrúpulos se aprovecharán de los débiles, y unos pocos, con habilidad, valor e inteligencia, conseguirán esquivar todas las amenazas. En ningún caso, este escenario ayudará al bienestar de la gran mayoría de los ciudadanos.

Necesitamos más reflexión, más estudio, más inteligencia, más colaboración, más generosidad y menos odio, envidias, venganzas o revanchismo.