El consumo está bajo mínimos, y aunque había repuntado a finales de año, lo cierto es que el comienzo de 2014 ha vuelto a reflejar, la debilidad de una variable fundamental, para la recuperación sostenida de la economía española.

Hasta que llegó “la madre de todas las crisis”, es decir, la que llevamos padeciendo desde 2008, los Gobiernos de turno le daban a la máquina de gastar, cuando la economía se enfriaba o el desempleo se convertía en un problema. Con ello se cerraban el falso las crisis, al fiar el remedio en buena parte al gasto público y no a conseguir eficiencias en el sector privado. Esta errónea práctica es la que estamos pagando y la que nos costará décadas digerir.

Desde varios frentes escuchamos que nuestro país, además de seguir con las reformas, debe conseguir que aumente el gasto privado. Como receta económica no hay nada que objetar, ya sabemos que el papel todo lo sujeta. El problema está surgiendo cuando hay que responder a la pregunta ¿cómo se puede reactivar el consumo privado, con el paro y los impuestos que hay en España?.

El Gobierno no sólo no tiene margen de maniobra para gastar, sino que debe seguir recortando. Por tanto sólo queda el desconcertado sector privado, que está luchando contra las ineficiencias propias del sector público, la sequía del crédito, unos impuestos que drenan liquidez a las empresas y familias de forma asfixiante, así como una tasa de paro inasumible, que provoca un enorme consumo de recursos, tanto públicos como privados, sin ninguna aportación de riqueza.

Aquí es donde surge la cuestión tanto individual, como colectiva: ¿gastar o no gastar?. Desde el punto de vista sociológico todos sabemos de la propensión a gastar que lo seres humanos tenemos, a excepción de la cultura japonesa, que en este asunto siempre han ido contra corriente. En el lado opuesto tenemos a los americanos, cuya vida no se concibe sin un consumo masivo. El resto de las sociedades, entre las que está la nuestra, se encuentran en el punto intermedio, acercándonos más a los americanos que a los japoneses. Por tanto si se necesita que la sociedad española consuma y gaste, tendrá que crearse el clima propicio para que la liquidez aumente en los bolsillos de los ciudadanos. Con ello se conseguirá el aumento del ahorro y el consumo

El Gobierno ha tomado buena nota y todo apunta a que la reforma fiscal irá en esa dirección. La bajada de impuestos a la clase media, los costes sociales a las empresas y el fomento del ahorro productivo a largo plazo, son decisivos.

En esa dirección también han ido las declaración de la presidenta del Fondo Monetario Internacional, al presentar el informe que han realizado sobre el programa de rescate a la banca española. En dicho informe se propone que los bancos paguen menos dividendo y que concedan más crédito. En términos muy similares se había pronunciado el Gobernador del Banco de España, al aconsejar a la banca que no pagase dividendos en efectivo sino que lo hiciese en acciones, pero con el objetivo de que que aumenten los niveles de solvencia, porque aunque es cierto que han mejorado, no lo es menos, que todavía les falta mucho para estar en una situación desahogada, por las amenazas de la alta morosidad, los márgenes de negocio más bajos y los mayores controles a los que están sometidos.

Estos cambios afectan de lleno a los ahorradores que siempre vieron en las acciones de los bancos una inversión segura, además de muy rentable, por los altos dividendos que pagaban. Esos ahorradores tendrán que buscar otras alternativas, lo que les llevará al mundo de los fondos de inversión de reparto de las gestoras internacionales, que al igual que en otros países, están teniendo mucho éxito ya en España, al producirse la gradual, pero imparable, migración del ahorro hacia vehículos más apropiados para preservar el capital y obtener buenos rendimientos.

En cualquier caso, gastar o no gastar, cuanto gastar y en que gastarlo, es algo que las familias no deben improvisar, sino que debe formar parte de un presupuesto familiar anual, que se debe someter a control riguroso cada mes, para intentar que se cumpla. Quienes lo dejen a la improvisación, de poco servirá que mejoren las condiciones del crédito, los impuestos o el trabajo, porque las probabilidades de que tengan problemas financieros graves, seguirán siendo muy altos, lo que les puede llevar a la quiebra. De ahí que todos debemos hacer la parte de trabajo que nos corresponde, para que tengamos una salud financiera en nuestro país, muy superior a que hemos tenido en el pasado y a la que tenemos en el presente.