La sociedad de consumo en la que vivimos instalados, y a la que todos contribuimos como consumidores y trabajadores, se está convirtiendo en un auténtico campo de minas. El consejo que hace años se nos daba de leer la letra pequeña de lo que firmamos, se ha convertido en una obligación, más que en una necesidad.

¿Cómo va a prosperar una sociedad de consumo en la que el engaño se ha colado como un virus que lo devora todo?. Las empresas de bienes o servicios, en sus departamentos de marketing trabajan con esmero para hacer atractivo su producto o servicio a los potenciales clientes, en muchos casos, sin importar los medios e incluso recurriendo a engaños. Esta práctica del “todo vale” que se utiliza por muchos, sobre todo en el sector financiero, de seguros y de telecomunicaciones, son en buena parte, responsables de muchos de los males que sufren nuestros ciudadanos.

Las entidades financieras y de seguros están a la cabeza de este tipo de prácticas, de ahí las hipotecas firmadas con suelo y otras cláusulas dañinas, las preferentes y otro tipo de activos financieros o inversiones que han dañado los patrimonios familiares, y qué decir de los famosos seguros de ahorro que nadie sabe donde está el dinero, ni cuanto tienen, o los seguros de riesgo, que el asegurado pocas veces sabe lo que se asegura, ante que lo necesita y descubre lo que dice la letra pequeña.

Estas prácticas se han ido extendiendo en su aplicación, hasta decir que prácticamente se han generalizado, porque les salía muy rentable la jugada, a las entidades que lo practicaban. Se ha tratado de conseguir el mayor beneficio a costa de la ignorancia del cliente y su confianza ciega en las entidades o personas de referencia. Las consecuencias no hace falta enumerarlas, sólo hay que estar al día de todo lo que está sucediendo.

Llegados a este punto ¿cómo se puede hacer frente a esto? La respuesta es que, partiendo de la responsabilidad individual que tenemos como consumidores, sólo se pueden hacer dos cosas : la primera es reclamar si hemos sido objeto de algún engaño, aunque en muchos casos les tendrán amarrados por firmar sin leer la letra pequeña, dando carta blanca para que les acusen un daño sin poder reclamarlo, y la segunda pasa exclusivamente por estar alerta de que no se pueden fiar de lo que firman, hasta conocer exactamente lo que van a hacer y lo que conllevará, para lo que será imprescindible un mínimo de conocimientos para distinguir de quien se puede fiar, y qué pueden contratar o no. La cultura financiera se hace una vez más imprescindible.

Pensar que los causantes de los daños van a recapacitar y cambiar sus prácticas por propia iniciativa, es algo que no debemos esperar, porque desafortunadamente el sistema viciado en el que nos movemos, sólo se hará más transparente con la ayuda de las leyes que protejan a los consumidores, y sobre todo, la diligencia de éstos últimos para rechazar productos o servicios que no les dan confianza.

Las leyes del mercado son oferta y demanda. Si los consumidores no demandan aquello que se les oferta de forma engañosa, el propio mercado acabará con ello porque no es rentable. En consecuencia, mientras algo sea rentable, se seguirá vendiendo, aunque destroce a todos los consumidores que se dejen atrapar por sus encantos.

Todo esto se hace de forma más eficaz y contundente en el sector de productos, porque es más rápido y fácil de detectar. En cambio en el sector servicios es más lento de corregir, porque el componente de conocimiento sobre temas concretos es más complicado para los ciudadanos y por tanto más difícil de detectar, hasta que en muchos casos ya no tiene solución, porque el daño está causado y es irreversible.

Esperemos que todo lo que está sucediendo, sobre todo en los temas financieros, ayude a mejorar el sistema a través de una mayor exigencia de los ciudadanos, como se dice coloquialmente, “por la cuenta que les trae”, dado que son un tipo de servicio imprescindible en nuestras vidas, y sin el cual no podremos manejarnos en nuestra actual sociedad.