El ejercicio del derecho a votar se ha hecho tan cotidiano, que muchos olvidan los compromisos que asumen al hacerlo, o abstenerse. En la historia de las civilizaciones, hemos pasado, de que todo se nos impusiese, a que ahora todo se someta a votación.

En algunos casos resulta tan absurdo o dañino lo que se pregunta, que no sería extraño que terminasen preguntándonos, si los ciudadanos queremos cambiarnos del planeta tierra a marte. Ironías aparte, el derecho al voto fue una conquista social muy dura, que se dejó muchos muertos por el camino y que pudiese ejercerse por todos los ciudadanos, independientemente de su raza o sexo, uno de los grandes avances en los derechos humanos, aunque todavía no esté presente en todos los países del mundo.

Con el hábito de votar, muchas personas con derecho a ello, han olvidado que es una enorme responsabilidad. Detrás de cada voto hay un enorme poder y una enorme responsabilidad. Abstenerse es alejarse de participar en la decisión sobre el futuro que tendremos, y que impactará tanto a quienes lo hacen, como a los que no. Siempre se ha dicho que no votar o votar en blanco es una irresponsabilidad, al tiempo que un desprecio a quienes se dejaron la vida para que cada ciudadano pudiese elegir a quienes gobernarían el destino de un país. Aunque eso pueda ser discutible, lo que resulta innegable, es que quienes votan por un impulso o un sentimiento, y no por un proceso de reflexión meditada, tomándose el voto como un juego más, tienen muchas probabilidades de causar daños irreparables en la sociedad a la que pertenecen.

Los ejemplos que podríamos enumerar son muchos y en todos los países democráticos del mundo. Esperar a que una formación política sea irreprochable y perfecta, para ganar nuestra confianza y darles nuestro voto, es algo tan utópico, como la ausencia de conflictos e imperfecciones en la sociedad o en las personas. Lo alarmante es que siempre los manipuladores, los encantadores de serpientes, los que compran votos con dinero ajeno, suelen recibir apoyos, de aquellos a los que más van a dañar, porque suelen ser las clases más desfavorecidas y más débiles de la sociedad. No me estoy refiriendo con ello sólo a los asuntos económicos, sino también a los educativos, ideológicos o espirituales.

La frustración de “la traición de los tuyos”, es algo que muchas personas han experimentado en nuestro país, lo que les ha convertido en auténticos “zombis” que deambulan por la sociedad, sin rumbo, y manipulados, por los sustitutos de los que anteriormente les llevaron a esa situación.

La creencia de que el Estado y quienes lo representan, tienen sobre nosotros un poder ilimitado, es un grave error. Cada persona debe ser libre y responsable, para decidir lo que piensa, cómo actúa y cómo consigue su bienestar personal, así como el de las personas que le rodean. Las injerencias del Estado en la vida privada, cada día han sido mayores, lo que deja a muchas personas en el más absoluto desamparo, cuando  descubren la mentira sobre su capacidad para generar bienestar, para todos los ciudadanos. El Estado debe proporcionar igualdad de oportunidades para todos, con el resto, que cada uno forje su destino y su futuro.

Si un Estado gestiona mal los recursos que obtiene con los impuestos, ya sabemos los daños que puede causar. Todavía estamos pagando, en España, las consecuencias de las mentiras de quienes ganaron unas elecciones, diciendo que no estábamos en crisis, y del despilfarro de dinero público, cuando la tormenta perfecta ya estaba encima.

El voto irresponsable de los ciudadanos que se guíen por el revanchismo, el castigo, la moda o la manipulación, puede costarnos muy caro a todos, pero casi con total seguridad, ellos serán los más perjudicados, una vez más. La historia y el final ya lo conocemos.