Esta semana se ha celebrado el día mundial del ahorro, que ha pasado casi desapercibido, entre la festividad de los Santos, el nombramiento de los Ministros y la preocupación sobre los resultados de las elecciones en EEUU.

Que ahorrar siempre ha sido un sacrificio, no es nada nuevo. Conceptualmente es un sacrificio al consumo, porque lo que ahorramos no lo gastamos consumiendo, pero posiblemente sea más un sacrificio personal, dado que el consumo es algo impulsivo, que no tiene límite y que además una sociedad como la nuestra, denominada sociedad de consumo, te incita a ello, casi desde que abres los ojos por la mañana, e intentas ponerte al día con las noticias matinales.

Consumir es importante para las economías, pero si no se genera ahorro, el desequilibrio que se produce es enorme, causando importantes daños, si el endeudamiento es alto y el crecimiento económico, o la productividad muy bajos. Por tanto, y como decían los filósofos griegos, “nada en demasía”.

Nuestros abuelos siempre nos decían que nunca gastásemos lo que no tuviésemos y que siempre ahorrásemos una parte, “para imprevistos”. Después de que muchos ciudadanos traicionaron esa máxima de nuestros antepasados, la crisis financiera de 2008, dejó en evidencia la gravedad de no cumplir con esos consejos, para buena parte de las familias. Cuando muchos no se han recuperado del impacto que  hayan sufrido en esa crisis, ahora hay que pensar en ahorrar, y mucho, para nuestra jubilación. Esto tampoco es un mensaje nuevo, sino que empieza a ser muy urgente, de ahí la importancia de educar a los niños para el ahorro y la inversión responsable, si queremos que se protejan para el futuro. Igual que los consejos de salud, deben ser los de economía y finanzas. A fin de cuentas hablamos de salud personal o salud financiera. Si falla cualquiera de ellas, la vida se puede complicar mucho. Por eso la mejor medicina, en ambas, es la medicina preventiva.

Aunque la educación financiera va en aumento, lo cierto es que gran número de ahorradores siguen cometiendo muchos errores, arrastrados por la inercia del pasado. Por ello siguen teniendo buena parte de su ahorro en depósitos o cuentas a la vista, se dejan llevar por las campañas de marketing, más que por una estrategia de gestión bien estudiada, piensan demasiado en el corto plazo, no tienen claros los objetivos para los que ahorran, no saben calibrar la rentabilidad que pueden esperar, sin riesgos,  teniendo en cuenta la fiscalidad y la inflación.

Todas esas prácticas, sumadas a la falta de diversificación real, hacen que sean muy vulnerables y que muchos de ellos, a lo largo de los años puedan ver reducirse drásticamente sus patrimonios, llegando incluso a perderlos.

Por tanto y en conclusión, el ahorro es una práctica saludable, que hay que fomentar desde niños, y por supuesto obligatoria en los adultos que administren las finanzas de la familia. Este ahorro hay que protegerlo  con la educación financiera y el seguimiento a la gestión del patrimonio.

No hay otras fórmulas mágicas, sino éstas, bastante sencillas de entender, pero algo más escurridizas a la hora de ponerlas en práctica, porque suponen esfuerzo, disciplina y sacrificio. Todos ellos necesarios, pero al mismo tiempo impopulares, porque nos han maleducado, para estar en las áreas de confort que nos impiden el progreso continuo.