Los niños necesitan educación financiera igual que lavarse los dientes.
El apoyo social hacia la educación financiera va creciendo día a día, tras la aplastante lógica y sentido común que constata que es un conocimiento muy necesario en la vida de las personas. Y, por tanto, también de los niños.
Atrás van quedando aquellos años en los que parecía innecesario o, incluso estaba bien visto, perseguir iniciativas que apuntasen en esa dirección. El interés de los ciudadanos está revirtiendo aquella realidad, lo que ayudará, con toda seguridad, a mejorar el futuro de la gestión de las familias, las empresas y los Estados.
Ahora el debate se centra en qué edad es la adecuada para empezar a adquirir conocimientos de economía y finanzas, quién debe hacerlo, y cómo debe enseñarse. Cuando una sociedad llega a este punto de reflexión, sin duda avanza en el camino correcto. Un camino que, aunque será lento hasta obtener resultados, ya apunta hacia previsiones más favorables y positivas.
Como cualquier hábito saludable, la educación financiera debe empezar a ponerse en práctica cuando es necesaria. Si lavarse los dientes empieza a ser necesario cuando al niño le salen los dientes, en asuntos financieros, los conocimientos básicos acompañados de los valores oportunos, comienzan a ser necesarios cuando el niño o niña reciben su primera moneda.
Esta realidad y la necesidad de conocimientos la pueden determinar los padres teniendo en cuenta la madurez y preparación de sus hijos para tomar decisiones. No olvidemos que el dinero puede llegar a sus manos por vía lícita, como un regalo, propina o paga; o por una vía menos lícita, como es haberla robado. Tema de conversación que los padres deben mantener con sus hijos, para ir definiendo valores como la honestidad o el esfuerzo.
Lo que vayan a hacer los niños con esas primeras monedas también debe ser objeto de análisis, porque las opciones son múltiples: puede ahorrarlo, gastarlo en cosas que le pueden dañar, prestarlo, donarlo, etc. Ayudarle a distinguir cada opción y que pueda ir tomando decisiones correctas, aumentará su madurez y responsabilidad en los asuntos financieros.
Cada edad requiere una formación concreta. A la descripción real de cómo funcionan los asuntos económicos y financieros, se deben sumar los pros y contras de las múltiples alternativas que tienen, para que puedan reflexionar sobre todas ellas y así, cuando se decidan por una, sepan que deben asumir las consecuencias que la decisión elegida va a acarrear para ellos y para el entorno en el que se mueve su vida.
Para nivelar mejor su aprendizaje, debemos hablarles de asuntos sobre los que van a tener que decidir en función de su edad. Cuando llegan a su etapa universitaria o de formación profesional, ya deberían saber muy bien lo que es hacer un presupuesto personal y cumplirlo, tener conciencia de lo que valen las cosas, y el esfuerzo que requiere conseguir estabilidad económica en la familia.
A partir de ahí, cuando hayan finalizado sus estudios, tendrán que familiarizarse con todo lo relativo al mundo laboral, empresarial, y será necesario conocer asuntos públicos como los impuestos o las cuentas públicas. El ahorro y los vehículos para canalizarlo serán conceptos necesarios desde el momento en el que empiecen a tener ingresos estables que quieran proteger, y tengan ya madurez y formación suficiente como para comprenderlo.
Como vemos, la formación debe ser gradual y práctica para ser efectiva. El papel de las familias y los educadores trabajando juntos, será clave si queremos que nuestros niños y jóvenes sean adultos libres, responsables y agradecidos en el futuro. Cualidades imprescindibles en las sociedades que aspiran a proporcionar el máximo bienestar posible a la gran mayoría de los ciudadanos.
La parte menos amable de todo este proceso en el que estamos inmersos es la manipulación que pueden sufrir los ciudadanos incitándoles a adquirir productos y activos financieros o inmobiliarios concretos, a aceptar ideologías creyendo en promesas que no son realizables, o a poner en práctica hábitos que no se apoyan en las decisiones libremente tomadas por personas bien formadas e informadas.
La educación económica y financiera básica, en el campo de las finanzas, los consumidores, las empresas y el sector público, así como una praxis de “hábitos económicos y financieros saludables”, son una garantía para evitar ser manipulados por quienes buscan beneficios económicos o políticos sin respetar la libertad de las
personas para tomar sus propias decisiones, desde el conocimiento y la reflexión personal e individual.
Artículo en El Independiente
María Jesús Soto