Celebrar la Navidad siempre es una oportunidad que hay que aprovechar para limpiar el lastre que nos deja cada año, cuando llega a su final, y cargarnos de ilusión para enfrentarnos a lo que nos depare el año siguiente.

El nacimiento del Hijo de Dios, es un misterio de enormes proporciones, para nuestras limitadas inteligencias. Que Dios haya querido hacerse hombre, para enseñarnos el camino de la vida hacia la eternidad, es un acto de extrema humildad y generosidad, ante el que sólo podemos aportar nuestra gratitud.

El mensaje de la llegada de este Niño es el más sorprendente que ha recibido jamás la humanidad. El mensaje de amor incondicional que nos trae, es de una fuerza renovadora en nuestras almas, que si lo acogemos con la fuerza y pasión que se merece, transforma nuestras vidas como ningún otro mensaje puede hacerlo.

Vivir la Navidad es poner en práctica el amor a Dios y nuestros semejantes con pequeños gestos, pero llenos de humildad, honestidad y verdad. Disfrutar de esas alegres luces que nos encontramos por doquier, de los adornos, de mirar a ese Niño en un portalito, que recuerda todas estas cosas. Regalar sonrisas a todos los que nos encontramos, desearles que sean felices, arrinconar nuestros miedos, preocupaciones o frustraciones, para entregar lo mejor de nosotros mismos a los que nos rodean.

Todo esto es posible si nuestra voluntad así lo desea, porque no hay nada más fuerte que la voluntad, cuando su objetivo es poner amor en todo lo que hace. El egoísmo de nuestras circunstancias personales se ve obligado a dejar paso a la generosidad que engrandece el alma e ilumina cualquier ambiente, al poner las necesidades de los demás por delante de las nuestras.

Los seres humanos necesitamos Amor, mucho más que cualquier bien material. De hecho la materia se corrompe cuando no hay amor y generosidad detrás. Bien es cierto que para llegar a la Navidad con garantías de disfrutarla al máximo, hay que entrenar todos los días del año en el arte de amar y perdonar. No obstante, estas fechas son un momento impagable, para empezar ese nuevo camino, que nos lleva a seguir poniéndolo en práctica el resto del año y así llegar a la próxima Navidad, con el alma muy preparada para seguir haciéndose más esponjosa y feliz.

Siempre estamos a tiempo de empezar a hacer las cosas bien. La Navidad llega cada año, para ser celebrada por todos los seres vivos, porque los cristianos celebran el nacimientos del Hijo de Dios, pero el resto pueden celebrar la alegría que los cristianos sienten, como los vecinos y una comunidad, se alegran del nacimiento de los niños de otras familias.

La alegría es contagiosa para los que están dispuestos a dejarse seducir por ella, independientemente de cual sea la fuente que la provoca. La alegría es fuente de pensamientos positivos, fuerza renovada y esperanza en que se puede ser feliz, por complejo se sea el mundo o las circunstancias personales.

Nuestra voluntad es nuestra la fuerza más poderosa, que nadie puede manipular, doblegar o vencer, porque es propiedad nuestra y ejercerla libremente, nuestro regalo del Cielo. Hagamos que la voluntad nos haga elegir disfrutar de la Navidad y aprovechar todo lo bueno que trae a nuestras vidas.